Rosamel Araya y su grupo Los Playeros, al partir de su ciudad natal, el puerto de San Antonio, llevaban como equipaje tres gastadas guitarras y una voz más que personal; todos estos tesoros iban unidos a unas ansias de triunfar que les haría más llevadero el largo camino que tendrían que recorrer, hasta convertirse, en uno de los artistas más destacados y cotizados de la República de Argentina.
Volvamos nuestra miradas al año 1955. En ese entonces Rosamel Araya poseía como único antecedente artístico, el primer premio ganado en un concurso de la emisora local y sus actuales acompañantes, un lugar secundario en el mismo evento.
En su afán de buscar otros horizontes, llegaron a la capital y luego a rendir prueba de suficiencia, quedaron contratados en el "Picaresque", donde su empresario les abonaba la suma de ochenta pesos diarios, al mismo tiempo que eran incluidos en los programas de Radio Cooperativa Vitalicia. Pese a esta labor, con la que no pasaba nada en términos de proyecciones.
Rosamel Araya decidió entonces entrar en conversaciones con el director artístico de RCA. Victor, Don Roy a quien tampoco lograron interesar. Esto no hizo mella en el espíritu de los músicos de Rosamel, como tampoco en él y decidió de su propio costo cancelar con dinero en efectivo la grabación de 500 discos 45 rpm. Que llevaba en una de sus caras: "Amor prohibido" y "No, no digas nada". Este desembolso también fue inútil y aunque resulte paradójico, lo único que ganó fue una gran experiencia.
Tampoco se desilusionaron los tesoneros muchachos con este nuevo traspié y sus esperanzas renacieron cuando un Argentino se ofreció a llevarlos a Mendoza.
Convencidos con el refrán de que "Nadie es profeta en su tierra" podría tener algún significado para ellos, cruzaron los macizos andinos y sentaron sus reales en la tierra de las vides. La Diosa fortuna pareció tenderles su protección y durante seis meses fueron atracciones de radio Cuyo de Mendoza y "El refugio" una Boite de la ciudad con cierta categoría.
Cumplido este lapso siguieron con regular "éxito" adentrándose en territorio Argentino; llegaron a Rosario, lugar que les dio fuerzas para seguir a Buenos Aires. Pese a que ya estaban calificados como un buen conjunto, que se estaba abriendo paso, el representante, temiendo las reacciones del ambiente artístico de la capital transandina prácticamente les abandonó a su suerte, debido a lo cual pasaron hambre y frío. Felizmente los escuchó por casualidad un hombre visionario, cotizado comentarista de discos, quien, al tomarlos bajo su protección, les endilgó por la senda del triunfo. Rodríguez Luque, su nuevo representante, fue prácticamente el hombre clave en los éxitos alcanzados por Rosamel Araya y Los Playeros en la Argentina.
Su primer disco grabado fue "Ábrete Sésamo", de estos artistas, "Mantelito blanco" su arreglo especial del conjunto y "No, no digas nada". Estos discos dieron de lleno en el gusto popular, figurando muy pronto, el nombre de sus intérpretes en los labios de casi todos los discómanos trasandinos.
Pese a esto, Rodríguez Luque desechó todas las ofertas que les hicieron para que debutaran en radios locales o boites y continuó durante seis meses en la labor grabadora. Esto dio sus frutos, ya que con motivo de las festividades de una localidad vecina a Buenos Aires, Rosamel Araya y sus Playeros, fueron contratados en la suma de 5.000 nacionales por actuación, suma exorbitante si se toma en cuenta que era febrero de 1958, luego se firmó el primer contrato para radio, siendo la radio "Belgrano" la que lograra su concurso, mediante el pago de otra suma elevada. Y ya el impacto fue certero; los cuatro mil chilenos se transformaron en los favoritos del público.
Desde entonces, estos artistas que "no fueron profetas en su tierra", sólo saben de halagos y aplausos y como es lógico de mucho dinero. Pese a su juventud todos ya tienen prácticamente asegurado el porvenir económico: Fidel y Ulises Alvarez se compraron casa en San Antonio; Lorenzo Sandoval contrajo matrimonio en esas tierras y Rosamel Araya poseía dos flamantes departamentos en el barrio norte de Buenos Aires, el más elegante y conspicuo de todos, siendo uno de estos departamentos el que le servía de hogar.
Rosamel Araya Lizana, muchacho sencillo y afable, no perdió nunca la oportunidad de tenderle una mano a los artistas Chilenos que llegaban a la Argentina. Una dificultad respiratoria cobró la vida de este gran cantante Chileno triunfador en Argentina y América, en el mes de febrero del año 1996. Pero queda su gran legado en la música y sus canciones: "Propiedad privada", "Mañana", "Quémame los ojos", "Nuestro juramento", "Virgen negra", "Quiero confesarme", "La despedida" y muchas más seguirán en la mente y el corazón de una enorme cantidad de seguidores.